Era
una calurosa tarde de septiembre. Más específicamente, martes 8 de septiembre.
Salgo de la facultad y me dirijo caminando tranquila hacia la feria del libro.
Nunca me acuerdo cuál es la carpa en la que comienza el recorrido, por lo que
simplemente me dirijo a la entrada más cercana a mí: Carpa Buenos Aires,
esquina 27 de Abril.
Comienzo
mi recorrido con la consigna grabada en la cabeza y me paro en el segundo stand
a observar. Pronto veo un grupo de chicos que no deben tener más de 12 años.
Están recorriendo la feria con su maestra y algunas madres a la cabeza, en una
desordenada fila.
Me
da gracia escuchar sus conversaciones animadas, jóvenes y despreocupadas;
algunos de ellos revolotean alrededor de la profesora-guía mientras otros
chusmean entre las estanterías del stand de literatura infantil y juvenil
“Todos los Libros”. Entonces comencé a buscar libros nuevos en sus manos,
pensando que seguramente ninguno habría comprado uno. Pero cuando doy un nuevo
vistazo siento a la vez orgullo y alegría, al darme cuenta que varios de los
chicos llevaban bolsas con libros, algunos hasta llevaban dos o tres.
Y
con un regocijo renovado veo cómo los alumnos siguen su camino en fila india, y
yo, el mío. No avanzo más de dos puestos cuando de pronto lo veo. Mediana edad,
ropas gastadas, una campera demasiado grande para el calor que embotaba el aire
de las carpas, una mochila verde militar de manijas rotas. El hombre está
inspeccionando muy atentamente un libro en la esquina del stand 314-315, Nueva
Era Libros. No sólo me llama la atención su aspecto, sino también el
instrumento que sostiene en la mano. ¿Qué es eso que se lleva al ojo cada vez
que hojea el libro? Sería imprudente acercarme demasiado, por lo que me quedo
mirando sin mirar los libros dispuestos del lado del pasillo.
Ahora
sí, lo distingo. El hombre utiliza un monóculo para, supongo, leer mejor. Pero
no, no es un monóculo común… se parece más a una mirilla de puerta. “Qué
herramienta más rara”, pienso. De pronto me da curiosidad saber qué escrito
será el que despierta tanto interés en el anónimo lector, pero no llego a ver
el título de la obra. Noto que el vendedor del puesto me mira algo extrañado
por mi presencia, y le devuelvo la mirada y una sonrisa. Miro para el costado
el cartel del stand vecino, pero en ese instante de distracción lo perdí.
Cuando quise volver a mi estudiado transeúnte, él ya se había ido.
Y
así, con una extraña sensación, seguí recorriendo la feria a ver si encontraba
algo más que captara mi interés, pero nada pudo darme más intriga que el
sencillo hombre del monóculo-mirilla.
Qué hermosa descripción del hombrecillo y su monóculo... genera intriga y simpatía. Muy buena tinta joven Ernestina!! Felicitaciones!
ResponderEliminarGracias profe! De verdad, lo aprecio mucho :)
ResponderEliminarMe gustó leerlo...me acordé cuando volviste ese día a casa y me lo contaste
ResponderEliminarUna intriga...ya me conoces ,ya me hice la película !!jajaja