Sí,
estaba vieja. Y sabía que no tenía mucho tiempo más en este mundo. Sin embargo
ahí estaba, fiel como siempre, aferrada al incesante palpitar del vacío. Le costaba
seguir su andar. ¿Valía la pena?
Ella
decidió escribirle la última carta a su amor. Probablemente no la leería jamás.
Claro, cómo iba a poder si él ya no estaba… se había ido, por supuesto que se
había ido. Sin embargo la observaba, sabía que la observaba desde la repisa,
impregnando de perfume y juventud su eterna impronta en sepia.
De
repente la llamó. Suave, como un susurro… casi un suspiro. ¿Cómo era eso
posible? La llamó desde la fotografía. Y ella intuía con certeza que por fin
ese día llegaría.
Dejó
el tubo azul vacío sobre el papel que seguía sobre el escritorio, esperando,
con la única frase que se leía, de letras tan pálidas como las manos de su
autora.
“Ya
voy mi amor”.
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